Sequías prolongadas que asolan cultivos, inseguridad alimentaria, incendios e inundaciones devastadoras afectan de forma recurrente el Corredor Seco de Centroamérica y las zonas áridas de República Dominicana. Éste es uno de los lugares del planeta más vulnerables al cambio climático.
El Corredor Seco es una franja que se extiende desde el norte de Centroamérica hasta el oeste de Panamá, principalmente en la vertiente del Pacífico, y donde la época de sequía es más prolongada que en el resto de la región. Aquí, al igual que en República Dominicana, las consecuencias de los fenómenos climáticos se ven exacerbadas por la degradación ambiental y la vulnerabilidad de la población, que vive mayormente en condiciones de pobreza, es fuertemente dependiente de la agricultura y a menudo se ve forzada a migrar debido a estas condiciones.
La transformación del clima global a causa del aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero sólo promete aumentar la periodicidad e intensidad de los eventos extremos. Según las proyecciones climáticas, para fines de siglo las temperaturas en esta zona subirán 3–3,5°C en un escenario intermedio de reducción de emisiones y 6-7°C en el caso de que la trayectoria actual se mantenga.
La propia naturaleza ofrece soluciones para que las comunidades del Corredor Seco y las zonas áridas de República Dominicana estén mejor preparadas ante los efectos del cambio climático.
Un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) encontró que las medidas de adaptación basadas en ecosistemas pueden ayudar a garantizar el acceso al agua para mantener los cultivos todo el año, aumentar la productividad, reducir la inseguridad alimentaria y beneficiar la biodiversidad.
El análisis, elaborado en cooperación con la Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo (CCAD) y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), explora el potencial de soluciones basadas en la naturaleza como: conservación y restauración de bosques, sistemas agroforestales y silvopastoriles, irrigación eficiente, cercas vivas, sistemas de recolección de agua de lluvia, cortafuegos para bosques y plantaciones, viveros forestales mixtos y bombas de agua impulsadas por energía solar fotovoltaica.
La conservación y restauración de bosques en la parte alta de las cuencas ayuda a reducir la erosión y regular los caudales. El riego por goteo en los cultivos de hortalizas puede disminuir el consumo de agua hasta 70% para rendir las reservas de agua. Y el cultivo de café con sombra contribuye a aumentar la fertilidad del suelo, mientras amplía el acceso de los agricultores a otros mercados como el de frutas o leña.
“La adaptación al cambio climático en el Corredor Seco de Centroamérica y las zonas áridas de República Dominicana es una cuestión humanitaria que requiere una respuesta urgente, y más ahora que la pandemia ha exacerbado la vulnerabilidad de los más necesitados”, dijo Gustavo Máñez, coordinador regional de Cambio Climático del PNUMA en América Latina y el Caribe.
“Los campesinos de estas tierras no han causado el cambio climático y, sin embargo, están pagando las peores consecuencias. Ahora bien, no hay que buscar las soluciones solamente afuera. La mayor parte de las técnicas para mejorar calidad de vida de las personas y aumentar la productividad de los cultivos se encuentra en la propia naturaleza”, añadió Máñez.
En el Corredor Seco las temperaturas promedio son más altas que en el resto de Centroamérica, las precipitaciones son menores y los períodos de sequía impulsados por el fenómeno de El Niño son frecuentes. De forma similar, las zonas áridas de República Dominicana sufren estos impactos que se agudizan con el cambio climático.
El año pasado, las sequías prolongadas e intensas lluvias destruyeron más de la mitad de las cosechas de maíz y frijoles de los agricultores de subsistencia: 2,2 millones de personas perdieron sus cultivos y 1,4 millones necesitaron asistencia alimentaria urgente, según Naciones Unidas. Este conjunto de factores aumenta el riesgo de la población a padecer hambre y pobreza, que son los principales motores de la migración de centroamericanos hacia Norteamérica.
El agua, fuente de oportunidades
La vertiente del Pacífico alberga las ciudades más pobladas de Centroamérica, es el hogar de 70% de la población de estos países y sin embargo hace uso de sólo 30% del agua disponible debido a la recurrencia de las sequías y la gestión poco eficiente.
A través de una evaluación de vulnerabilidad local, el PNUMA identificó las cuencas con mayor exposición y sensibilidad frente a los efectos del cambio climático y menor capacidad de adaptación en los siete países estudiados.
En total, 36 municipios donde viven 1.157.000 personas fueron priorizados para potenciales intervenciones tras considerar variables como suministro y demanda de agua, situación del agua superficial y subterránea bajo distintos escenarios de aumento de temperatura, dependencia rural, disponibilidad de técnicas de irrigación y acceso a servicios financieros.
Además, se desarrollaron análisis hidrológicos detallados en tres cuencas de Honduras, Costa Rica y República Dominicana con el fin de diseñar acciones de adaptación que puedan ser replicadas en los demás municipios.
“La aplicación de estas medidas ayudaría a capacitar a las autoridades y comunidades respecto a la efectividad de la adaptación basada en ecosistemas. Para implementar estas soluciones, será fundamental ampliar el acceso de los gobiernos locales y agricultores a servicios financieros innovadores como las microfinanzas para promover las soluciones basadas en la naturaleza. En el Corredor Seco, sólo 10% de los pequeños productores tiene acceso a financiamiento”, dijo Gustavo Máñez.
El PNUMA promueve las soluciones basadas en la naturaleza como parte de su programa sobre adaptación al cambio climático y lidera el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas 2021-2030 junto con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.